


El estilo de Shakespeare responde más a una tradición no anglicana; en su obra hay casi una alegría mediterránea

Los protestantes hicieron lo que la iglesia católica corregido y aumentado, peor; con la virulencia de los conversos
Profesora de Enseñanza Media (como Gerardo Diego, Torrente Ballester o Antonio Domínguez Ortiz), María Elvira Roca Barea se ha convertido en un referente ineludible con su libro Imperiofobia y leyenda negra (Siruela, más de 20 ediciones). Sacó luego, también en Siruela, 6 relatos ejemplares, 6, ambientados en el agitado siglo XVI y protagonizados por gente como Shakespeare o Guillermo de Orange.
Imperiofobia acaba de tener una réplica de título elocuente: Imperiofilia y el populismo nacional-católico. Elvira Roca es tajante a la hora de (no) entrar el trapo de la polémica: “Agradezco al autor que se haya tomado tantas molestias con mi trabajo, pero lamento decir que no voy a hacer lo mismo con el suyo”. Liquidado así el trámite de la actualidad, hablemos de su(s) libro(s), que es, como quería Umbral, a lo que ha venido.¿Qué hace una filóloga como usted convirtiendo en bestseller un libro de historia?
Yo hice Filología Clásica y luego Hispánica. Y en la Clásica, el componente histórico es fundamental. Siempre tuve mucha afición a los estudios históricos. Creo que estudié griego porque quería conocer en profundidad ese mundo clásico en sus textos originales.
El libro de relatos ¿responde a una vocación literaria postergada?
Siempre he escrito narrativa, pero no había publicado. Me parecía más útil editar un manuscrito del siglo XV y hacer un estudio histórico que publicar lo mío. Se publica tanto… Por otro lado, la historia supera a la ficción. Cualquier cosa que uno imagine, la encuentre superada en la historia. Cuando preparaba Imperiofobia y leyenda negra, me encontré con algunas de esas cosas asombrosas; y al terminarlo, no me apetecía ponerme con otro ensayo, así que elegí seis episodios y me puse a buscarles un marco narrativo; respetando mucho lo histórico, aunque no sea una obligación de la literatura histórica, pero todos los hechos, datos, nombres, fechas que aparecen son ciertos.
¿También el que protagoniza Shakespeare?
Hace 11 años aparecieron en Roma unos documentos con la firma de un William de Stratford que se aloja en el Seminario Católico de Roma en los mismos años en que Shakespeare desaparece. El dato no permite asegurar al cien por cien que fuera él, pero es una buena aguja de marear. Sabemos cómo le llegó la historia de Romeo y Julieta, a través de una traducción; yo imagino esa noche en Verona en la que él trata de visitar los lugares de la historia. En el relato no aparece Shakespeare con su propia voz, no me he atrevido a hacerlo.
Una cita que usted recoge afirma que la fe católica es la llave para entender a Shakespeare.
El Shakespeare católico ha sido un tabú hasta hace poco, aunque el catolicismo le rodeaba. Hay mucho que entender en su obra, en la que no hay rastro ni de anticatolicismo ni de hispanofobia, y la hispanofobia es una constante en el teatro isabelino. Además, Shakespeare es el que incorpora el tema italiano a la literatura inglesa; y su estilo responde más a una tradición no inglesa, no anglicana. En su obra hay casi una alegría mediterránea.
El relato sobre la batalla de Frankenhausen, en la guerra de los campesinos, provoca la amarga sensación de que la historia se repite y los pobres siempre pierden.
Se repite porque es extraordinariamente fácil utilizar la pobreza, la desdicha ajena, para provocar un conflicto bélico en el que terminan ganando los mismos. Aquella guerra fue el resultado de la explotación de un malestar, el de los campesinos, que eran en realidad siervos. La Reforma debía ir contra la iglesia de Roma y el emperador Carlos V, pero los que la promovieron no pensaron que los campesinos acabarían yendo contra los señores y los príncipes, que, al verse en peligro, atacaron a los campesinos de un modo brutal. A partir de ahí, Lutero, Reforma y príncipes alemanes fueron lo mismo. Frankenhausen fue una batalla, pero luego vino una represión feroz. Lutero supo cabalgar la ola bastante bien; y con él, todos los que comprendieron que una cosa era promover reformas y otra, tocarles las narices a los señores. Y aquello provocó un enquistamiento del sistema feudal en Alemania.
La frase de un personaje, “tanto trastorno para repetir y multiplicar los errores”, ¿resume lo que fue la Reforma?
La crítica feroz a la iglesia de Roma no era inmerecida, pero los protestantes hicieron lo que la iglesia católica corregido y aumentado, peor. No repartieron las riquezas de la iglesia, como quería Thomas Munzer, se las quedaron ellos. Tenían la virulencia de los conversos, persiguieron a los católicos y se persiguieron entre ellos. Y libertad, ninguna.
Las fake news vienen de antiguo.
Sí, la propaganda surge en el protestantismo, que descubre unos mecanismos geniales: hacer comprender una serie de conceptos ligados a una imagen, lo que es hoy la publicidad. Todo el esfuerzo del mundo católico se centró en la dialéctica, el debate, sin entender que la guerra se libraba en otro frente, el de la propaganda y las imágenes, tapando lo propio y poniendo por delante las vergüenzas ajenas. Cualquier grabado de Lucas Cranach, que se imprimieron por miles, era muchísimo más eficaz que los textos católicos, que apenas se leían. Y todavía los intelectuales de tradición católica se manejan muy mal con eso. Este es un fenómeno muy complejo que me fascina.
La leyenda negra sigue al imperio como la sombra al cuerpo.
Sí, es irremediable. Un imperio es un poder hegemónico que, forzosamente, choca con otros poderes más pequeños, que se defienden del único modo que pueden, con la propaganda, culpando al imperio de todos los vicios. Eso tiene una lógica y se ve en todos los imperios. Hay que sacarlo del cajón de la excepcionalidad.
El estilo de Shakespeare responde más a una tradición no anglicana; en su obra hay casi una alegría mediterránea
Los protestantes hicieron lo que la iglesia católica corregido y aumentado, peor; con la virulencia de los conversos