REVISTA MUFACE. Nº 248. VERANO 2019
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Educación
Los especialistas abogan por dar mayor protagonismo a la educación emocional en las aulas

Sobre sentimientos, afectos y aprendizajes

Matemáticas, Lengua, Idiomas, Física, Geografía… Si hasta ahora las aulas se han centrado en inculcar saberes y conocimientos, los especialistas llevan años insistiendo en que no se solucionarán muchos de los problemas de aprendizaje si no resolvemos previamente la vertiente emocional. Parece llegado el momento de conocerse y aceptarse, de comprender los sentimientos propios y ajenos, de afrontar eficazmente los conflictos, de cultivar actitudes positivas, de relacionarse de manera saludable con los demás; en otras palabras, de potenciar capacidades que la educación ha tenido aparcadas.

DANIEL VILA
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“La educación emocional supone pasar de la educación afectiva a la educación del afecto. Hasta ahora, la dimensión afectiva en educación se ha entendido como educar poniendo afecto en el proceso educativo. Ahora se trata de educar el afecto; es decir, de impartir conocimientos teóricos y prácticos sobre las emociones”. Así lo entiende Rafael Bisquerra, fundador y hasta hace poco director del GROP (Grup de Recerca en Orientació Psicopedagògica) de la Universidad de Barcelona.

En cierto modo, sus palabras indican que la escuela debe proyectarse hacia una nueva dimensión en la que sobresale un axioma por encima de todo: el cerebro necesita emocionarse para aprender. Los defensores de esta corriente argumentan que alumnos y alumnas, más allá de su expediente académico, deben estar capacitados para afrontar mejor los retos que plantea la vida cotidiana, dentro y fuera de clase. Ha llegado el momento de apostar por el desarrollo integral, de que los escolares sepan qué es la empatía y la intuición, sean independientes, creativos y capaces de adaptarse a diferentes situaciones, que adquieran un mayor equilibrio personal.

El cerebro necesita emocionarse para aprender

Mejores personas

“No hay conocimiento útil si no nos hace mejores personas”. Miguel Ángel Santos Guerra, doctor en Ciencias de la Educación y catedrático emérito de Didáctica y Organización Escolar, cree que la señal más clara de inteligencia pasa precisamente por desarrollar la capacidad de ser felices y de ser buenas personas”. Frente a quienes piensan que la escuela solo debe dedicarse a impartir conocimientos, este profesor –autor de más de 70 libros– destaca que la educación emocional, además de los importantes fines que tiene en sí misma, es un modo eficaz de fomentar el aprendizaje. “Y para que haya aprendizajes relevantes y significativos hace falta una disposición emocional hacia el aprendizaje. El verbo aprender, como el verbo amar, no se pueden conjugar en imperativo”.

Sobre esta misma cuestión incide Juan Antonio Planas, presidente de la Asociación Aragonesa de Psicopedagogía: “La sociedad requiere decisiones más rápidas e innovadoras que las de las autoridades educativas”. A su juicio, no podemos perder tanto tiempo en cambios normativos alrededor de la religión, la lengua vehicular y la duración de las etapas “y pasar por alto lo más importante para el alumnado, las familias y el profesorado, que es todo lo relacionado con la educación emocional”. En su opinión, dicha educación equivale a “un proceso continuo, permanente y transversal”, que abarca desde la etapa infantil hasta las enseñanzas postobligatorias.

La escuela es una institución muy reacia a los cambios. La sociedad precisa de un sistema educativo más dinámico

Actitudes positivas para la vida

Los especialistas no son ajenos al hecho de que algunos desajustes en el rendimiento escolar tienen que ver con todo este asunto. “Nadie aprende si no quiere. Hace falta una disposición emocional favorable al aprendizaje. El desarrollo emocional previene muchos conflictos y permite afrontar con actitud positiva los problemas de la vida”, apunta Santos Guerra. El filósofo, profesor y ensayista José Antonio Marina profundiza aún más cuando se refiere al Factor E o Executive control, o mejor, las “funciones ejecutivas” del cerebro, que muchas escuelas norteamericanas vienen desarrollando en sus programas. “Muchos de los problemas que encontramos en las aulas tienen su origen en un mal desarrollo de las funciones ejecutivas: trastornos por déficit de atención, impulsividad, poca tolerancia al esfuerzo, dificultad para mantener metas, problemas de aprendizaje, fracasos en la integración social, problemas de adicciones, agresividad, falta de responsabilidad o incapacidad para tomar decisiones”, sostiene en su artículo “El fundamento de la educación emocional”.

También parece existir un acuerdo generalizado sobre el largo camino que aún debe recorrer la educación emocional. “La escuela es una institución muy reacia a los cambios. La sociedad precisa de un sistema educativo más dinámico que dé respuesta a las necesidades que surgen en cada momento”, dice Planas, quien destaca que el profesorado, sobre todo el de Educación Secundaria y Formación Profesional, carece de formación psicopedagógica. “Hay que tener en cuenta que la selección actual de los docentes se basa en pruebas memorísticas que vuelven a reiterar los conocimientos adquiridos en las respectivas titulaciones universitarias. Habría que cambiar sustancialmente la formación inicial, la permanente y las oposiciones”, aclara.

El catedrático de Psicología de la Universidad de Málaga, Pablo Fernández Berrocal, es de la misma opinión: “El profesorado no está preparado en nuestro país para educar las emociones porque no ha recibido una formación específica y rigurosa ni para desarrollar sus propias habilidades emocionales ni para mejorar las competencias emocionales de su alumnado”. No obstante, según dice, existen excepciones como el Laboratorio de Emociones de la Universidad de Málaga, donde se imparte un Máster de Inteligencia Emocional de 60 créditos para desarrollar estas competencias y aprender a educarlas en diferentes ámbitos y colectivos, desde escuelas a ONG.

El profesor Santos Guerra es de los que cree que el entono escolar “prepara para el éxito académico, pero no para la felicidad”. Ya en su libro Arqueología de los sentimientos en la escuela, apuntaba que esta institución ha sido siempre el reino de lo cognitivo, pero no el reino de lo afectivo. “Al entrar y al salir de ella se pregunta cuánto sabes, pero no qué sientes o cómo eres”.

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Pablo Fernández Berrocal, catedrático de Psicología

Pablo Fernández Berrocal

“La escuela está aletargada y dormida”

Pablo Fernández Berrocal es catedrático de Psicología en la Universidad de Málaga, donde es director –y fundador– del Laboratorio de Emociones. Autor de numerosas publicaciones sobre este tema, considera que las emociones no se educan en nuestras escuelas. “Y esto es muy grave –dice–, porque es una cuestión indispensable para sobrevivir en el siglo XXI”.

En pocas palabras, ¿cómo definiría la Educación Emocional?

La Educación Emocional está centrada en desarrollar nuestras capacidades para aprender de las emociones, adaptarnos a nuevas situaciones emocionales personales e interpersonales y ser capaces de usar nuestro conocimiento emocional para cambiar nuestro entorno con éxito y conseguir un mayor bienestar personal y social.

¿Están suficientemente desarrollados en la escuela conceptos o habilidades como la empatía, la intuición, la creatividad o la capacidad de adaptación? ¿Se educan las emociones?

La escuela actual solo educa las emociones de forma accidental, pero sin una planificación adecuada. No está, salvo excepciones, en el BOE y lo que no figura en el BOE es solo utopía y, en el mejor de los casos, buenas intenciones, actos heroicos de los educadores. En definitiva, las emociones no se educan en nuestras escuelas. Y esto es muy grave, porque no solo es importante, es indispensable para sobrevivir en el siglo XXI. La enseñanza de la inteligencia emocional en las escuelas no es un lujo, es una necesidad. La evidencia científica nos muestra que la educación de la inteligencia emocional, utilizando programas adecuadamente validados e implementados, tiene efectos beneficiosos en diferentes ámbitos tan importantes como la salud física y mental, el consumo de drogas, las relaciones interpersonales y la conducta agresiva o el rendimiento académico del alumnado. Con esta evidencia científica no se entiende que el Estado y las diferentes administraciones no lo asuman de forma inmediata. Es una irresponsabilidad institucional incomprensible con consecuencias terribles para nuestro futuro.

¿Se puede decir que la escuela forma a nivel de conocimientos, pero no “prepara para la vida”?

La escuela y el sistema educativo, en general, incluida la universidad, enseña de espaldas al siglo XXI, no nos prepara para los grandes retos que están surgiendo. La escuela está aletargada y dormida, como si los cambios vertiginosos de nuestra sociedad estuviesen ocurriendo en otro planeta.

¿Podría precisar cómo es un alumno o alumna “emocionalmente” estable?

Un alumno o alumna emocionalmente inteligente es la persona que tiene la capacidad para dirigir las emociones que se presentan en su vida personal y académica de una forma estratégica y planificada. En este sentido, la inteligencia emocional es una habilidad que nos permite percibir, comprender y regular las emociones propias, pero también las de los demás. Lo ideal es tener estas habilidades emocionales tanto en los ámbitos personal como social, aunque no siempre se dan en la misma persona en la misma proporción y de forma equilibrada.

¿Problemas de rendimiento académico o de adaptación al entorno escolar pueden tener su origen en desórdenes en este terreno?

Las investigaciones sobre neurociencia y psicología de los últimos 25 años han demostrado que la educación emocional en los colegios es un factor protector de aspectos tan relevantes para la vida como la salud física y mental, el funcionamiento social y también del rendimiento académico. En concreto, los alumnos/as que han recibido una educación en IE adecuada y con programas bien implementados disfrutan de una vida socio-familiar y académica de mayor bienestar y calidad; al estar más equilibrados emocionalmente rinden también más y mejor en el ámbito académico desde la infancia.

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