LOURDES S. VILLACASTÍN
No es lo mismo vivir solo que estar solo. Es la primera regla para reconocer si existe o no un problema de soledad, porque optar por vivir sin compañía dista mucho de no contar con familiares, amigos y vecinos con los que compartir momentos en la vida.
En España, 4.732.400 millones de personas viven solas, un 1% más que el año anterior, según la Encuesta Continua de Hogares del Instituto Nacional de Estadística 2018. El 43,1% son mayores de 65 años –2.037.700–, una cifra que se ha incrementado en un 3,9% respecto al año anterior. Otro dato relevante es que el 71,9% de los mayores de 65 años que viven solos son mujeres –465.600–, la mayoría porque ha perdido a su pareja. El 42,7% tiene, además, más de 85 años.
Es más que probable que este panorama se vea incrementado en los próximos años, dada la jubilación de las generaciones del baby boom y de los cambios experimentados por la familia en los últimos años, algo que las políticas para la Tercera Edad deberán tener en cuenta para ser más eficaces si quieren evitar la soledad no deseada en la que viven muchos mayores. Y es que a medida que envejecemos, nuestra red familiar y social se estrecha por la lógica de la vida, por lo que el desamparo se convierte en compañero de viaje en los últimos años.
Los expertos en psicología afirman que la sensación de estar solo en este mundo aparece en diversos momentos de nuestra vida por diversas causas, pero lo preocupante es cuando empieza a hacer mella en la salud mental y en el bienestar general de la persona. La Federación Amigos de los Mayores, una organización sin ánimo de lucro que desde hace 15 años trabaja en las comunidades de Cataluña, Valencia, Euskadi y Aragón acompañando a más de 2.000 mayores y dando visibilidad a este problema, asegura que en nuestro país más de 1,9 millones de personas viven en soledad.
Dependientes
Especialmente dolorosa es la situación de las personas más vulnerables: las que tienen alguna discapacidad, los que son dependientes o viven en residencias. La Fundación Tutelar Adepsi, dedicada a la defensa de los derechos de las personas adultas con discapacidad psíquica y sensorial y a los mayores dependientes en Canarias, ha realizado un estudio en una treintena de residencias de Gran Canaria y Lanzarote que tienen convenio con la Administración y detectó la falta de vínculos familiares que tienen los mayores dependientes pese a tener allegados.
Los resultados determinaron que de los 1.791 casos que se analizaron, 238 personas estaban en situación de vulnerabilidad social por falta de apoyos presentes y futuros y otros 147 no contaban con ese apoyo, bien porque no había un vínculo familiar preexistente o porque había otras cargas familiares. El resto –91 personas–, pese a que tenía ese vínculo, ya se advertía que en un futuro se quedaría sin él.
La coordinadora de la Fundación, Saray Rodríguez, señala que se trata de “la punta del iceberg” de la falta de relaciones afectivas que tiene este colectivo pese a tener familia; el pequeño estudio “Trabajando en red para conocer realidades”, que pudieron hacer con una ayuda del gobierno de Canarias, no abarcó ni a todo el territorio insular ni a todas las residencias existentes en la comunidad.
La falta de relaciones afectivas de los residentes con sus allegados había sido detectada por el propio recurso residencial o el trabajador social. La familia existe, pero no atiende cosas básicas como visitar al residente, hacer una llamada para preocuparse por él o comprar algo tan insignificante como un pijama o unas zapatillas. La ausencia de esta relación afectiva provoca estados de desánimo, depresión y apatía en los residentes que repercute en su bienestar y, en ocasiones, agrava su deteriorada salud.
“La persona está atendida en la residencia, pero las necesidades que debe cubrir la familia, como el vínculo emocional, comprar unas gafas para poder leer mejor o que se quede alguien acompañándola en el hospital, si es necesario por una urgencia, no se ven respondidas”, comenta Saray, que añade que lo sorprendente del estudio no es que las familias tuvieran otras necesidades que atender o problemas que les impidieran ese contacto, sino que “no querían tener vínculo emocional con ellas”. Una respuesta que debe invitar a la reflexión sobre el desarraigo y desapego familiar, así como nuestros deberes con los mayores, teniendo en cuenta que en muchos casos son los parientes los que se hacen cargo de su patrimonio y que, en la mayoría de los casos, salvo los más graves, no llegan a la Fiscalía para que actúe de oficio pese a que existe legislación que ampara a nuestros mayores.
Las políticas de envejecimiento activo tratan de paliar la soledad de nuestros mayores con diversas acciones con el fin de aminorar la sensación de soledad no deseada en la que viven muchos de ellos. Sin embargo, parece que no es suficiente, sobre todo, teniendo en cuenta que, de vez en cuando, saltan a los medios de comunicación noticias como la aparición de una persona muerta en su casa desde hace varios meses sin que familiares ni vecinos se hubieran dado cuenta de ello.
Red Monalisa
“Es una plataforma de entidades que denuncia que la soledad es un mal fundamental de nuestro tiempo que hay que combatir y al que hay que buscarle respuestas, como están haciendo ya en Gran Bretaña o Francia con la red Monalisa. Vivimos en un mundo agresivo que aísla a las personas y la idea es revertir estas situaciones y recuperar elementos como la buena vecindad. Se insta a las instituciones a que den respuesta en esta dirección en los diferentes niveles institucionales y también a los ciudadanos para que se recuperen respuestas cívicas, solidarias y de buena vecindad”, explica el vocal de la junta directiva del Colegio Profesional de Psicólogos de Madrid sobre por qué y para qué se pone en marcha esta plataforma que aún está en pañales.
La red Monalisa se puso en marcha en 2014 en Francia tras detectar que 5,5 millones de personas sufrían aislamiento social y que 1,5 millones eran mayores de 75 años. Comenzó con 40 asociaciones asistenciales, sanitarias, sociales, cívicas y profesionales, tanto públicas como particulares, con el objetivo de prevenir la pérdida de autonomía de las personas y hacer frente a la soledad no deseada. La fórmula es trabajar con personas voluntarias comprometidas en entornos pequeños para realizar acciones en consecuencia con las necesidades del colectivo de ese territorio: un barrio o un pueblo, y que van desde detectar las dificultades que tienen los mayores para salir de casa, visitas domiciliarias o la creación de una revista.
En la actualidad, hay más de 488 organizaciones implicadas en el proyecto que trabajan en grupo en 63 zonas territoriales del país. Más de 300 equipos están conformados por personas mayores que colaboran con otras de su edad, aunque el proyecto Monalisa está abierto a todas las edades. El proyecto ha permitido a los poderes públicos conocer la realidad de los mayores y actuar sobre sus necesidades, pero también actuar para prevenir la situación de los futuros mayores, además de cohesionar a la sociedad y fomentar las relaciones entre mayores y jóvenes.