


Tres obras muy distintas en género y estilo, en las que se proyectan las admiraciones de sus autores
Por decimosegundo año consecutivo se ha celebrado el concurso de pintura BBVA para mutualistas y empleados de MUFACE. El pasado 28 de noviembre, los tres ganadores (Pilar Cancio González, José Javier Velilla Aguilar y Francisco Tomás Medina Pérez) recibieron en un acto público sus premios, dotados con 6.000, 4.500 y 3.500 euros respectivamente. Los tres han hablado para la Revista de MUFACE.
Nacida en una familia “apasionada por las artes”, la pintura no fue la primera vocación de Pilar Cancio, la ganadora del primer premio con el cuadro titulado Los Campos (el tránsito de la niebla). Con un padre que tocaba la mandolina y un tío pintor, ella empezó decantándose por la música. Hizo la carrera, titulándose en Piano, Solfeo y Acompañamiento y especializándose en música antigua.
Impartió clases en distintos conservatorios de Galicia y, desde 2008, es profesora de Entrenamiento Auditivo en el Conservatorio Superior de A Coruña. Durante un tiempo, formó parte también del grupo de música barroca Arte Mínima, compaginando clases y conciertos. Hasta que no pudo dedicar todas las horas que exigía la práctica de instrumentista y se centró en las clases. Entonces debieron de reaparecer, como el viejo topo que siempre acaba saliendo a la superficie, los genes de la tradición pictórica familiar. Eso y la “inquietud por hacer algo personal” que siempre tuvo (“supongo que todos la tenemos en mayor o menor medida, pero las circunstancias te permiten que aflore o no”) la llevaron a la pintura.
Abrió una puerta que le permitía “soltar ese algo que necesitaba soltar; al principio, tímidamente, y siempre con la liberación de que no me comprometía, ya que yo no era pintora”.
Paisaje misterioso
Esta lucense que no se considera –o no se consideraba– pintora acaba de ganar el primer premio de un concurso prestigioso al que concurrieron 121 obras. Lo ha hecho con un paisaje misterioso, evanescente.Contemplándolo, no sorprende saber que admira a Turner, “como la mayor parte de los que trabajamos con el agua”. Porque la acuarela y la tinta son sus formas de expresión desde el comienzo. “Trabajar con agua tiene algo de imprevisible que me atrae, y es lo que la diferencia de otras técnicas. Siempre conlleva una parte de riesgo que queda en manos del camino que va tomando el agua sobre el papel. Conseguir las destrezas para retomar ese camino es precisamente lo que me gusta de esta técnica”. El cuadro ganador pertenece a un proyecto “que se apoya en la memoria y el azar como elementos generadores, es un intento de representar no el paisaje en sí, sino los hilos emocionales que me conectan con determinados paisajes de mi infancia; intentos de fijar la imagen que me devuelve la memoria de aquellos lugares, luces, silencios”, dice Pilar Cancio. “La tinta –añade– me resulta un medio puro, honesto, esencial a esa idea: solo tinta y agua detenidas sobre papel de algodón, sin distracciones de color, con sus recursos de pulso, de golpe, de intensidad y de evanescencia sonora, que me permite reflejar, en una búsqueda derivada de mis dos disciplinas, atmósferas sonoras, ritmos, vibraciones y resonancias compartidas”.
Un personaje, una figura
Si el primer premio ha sido un paisaje, el segundo ha sido un personaje, una figura. “Siempre he sido figurativo –dice su autor, José Javier Velilla, catedrático de Dibujo, ya jubilado–; he intentado plasmar la realidad buscando texturas y apartándome del hiperrealismo. Los ambientes urbanos fríos y exentos de personajes han sido mis temas más recurrentes, pero eso no impide que los haya compaginado con los retratos por encargo o por mi afición al cuerpo humano, que puede ser consecuencia de las innumerables horas que en Bellas Artes pasábamos estudiándolo”.
El arte primitivo o las carnosidades de Lucian Freud son dos de sus aficiones que pueden percibirse en su cuadro, Máscara Songie, pero la nómina de sus maestros no se agota en ellos, incluye también “las soledades de Edward Hopper; los claroscuros de Rembrandt, los espacios de Velázquez; el realismo de Antonio López o la vanguardia de Goya”. Y podría seguir, advierte, nombrando pintores que le han emocionado. “Comencé pintando al óleo, compartiendo vida y pintura en un mismo espacio, olores penetrantes de aguarrás y aceites –sigue Velilla explicando su trayectoria–. Pronto se resintió mi vida cotidiana y tuve que cambiar mis hábitos, pasarme al acrílico; fue un paso difícil, la forma de pintar es diferente, la sutilidad y el secado lento del óleo no existe en la pintura al agua. Con el tiempo acabé por dominar esa técnica y dudo que actualmente pudiera regresar a la anterior. El acrílico también hizo que cambiara de soporte: el lienzo fue sustituido por una superficie menos blanda como la tela, quizá sea mi forma de tratar la materia, cuando pinto necesito un punto duro donde apoyarme al sentir el roce del pincel sobre el soporte, ahora de madera”.
Javier Velilla contempla con algo parecido a la preocupación el futuro inmediato del arte. “Las nuevas generaciones y sus aficiones están modificando el mundo del arte; la pintura está siendo desplazada a favor del mundo de la imagen y las instalaciones. En el MoMa de Nueva York hay huecos en los que una fotografía ocupa hoy, por ejemplo, el espacio que antes fue de Matisse”. Pero tampoco es un apocalíptico. “No estoy en contra de ello, yo mismo intento abrirme camino en esa especialidad: el último catálogo de Amelia Riera fue ilustrado con fotos mías en su totalidad, existe una enorme competencia en ese sector, fotografiar es infinitamente más fácil que pintar”.
La catedral de Salamanca
Tras el paisaje y la figura, el tercer premio fue para un monumento, una catedral (la de Salamanca) con algo monetiano (es difícil contemplar una catedral sin pensar en Monet) y el título Homenaje a Unamuno. Su autor, Francisco Tomás Medina, afirma que le encanta el impresionismo, “entre los pintores impresionistas, el que más me apasiona es Claude Monet”, y destaca como ejemplo de sus obras “la serie que realizó de la fachada de la catedral de Rouen en distintos momentos del día y del año, reflejando la luz y el ambiente de cada momento”, serie en la que admite haberse inspirado para pintar el cuadro presentado al concurso. Autor multipremiado (lo ha sido 12 veces en los últimos cinco meses y más de 100 desde que empezó a concurrir a concursos, hace 13 años), Medina no deja de sentir alegría y emoción cada vez que recibe un nuevo premio, máxime ante uno del prestigio del que acaba de obtener.
Su profesión de arquitecto le influye a la hora de encontrar temas para sus cuadros. Le gusta, dice, el paisaje urbano; y, dentro de este, elegir detalles arquitectónicos que le llamen la atención: una fachada, un balcón, una puerta, una ventana. Piensa que, al igual que en la literatura o la filosofía, las obras de arte son un reflejo del autor. “Lo más importante que espero de la pintura –dice este conquense del 62– es poder realizarme en algo que me apasiona y que me sirve de descanso y evasión. Y cuando pintas un cuadro del que quedas satisfecho, da una gran satisfacción interior”.
Tres obras muy distintas en género y estilo, en las que se proyectan las admiraciones de sus autores