REVISTA MUFACE. Nº 247. PRIMAVERA 2019
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Cultura
Miguel Falomir

“Tenemos uno de los mejores museos del mundo”

Este historiador del arte, experto en Tintoretto, dirige la principal institución cultural española (y quizá sobre lo de cultural). Un museo –el Prado– ya bicentenario, que ha suscitado los elogios de tirios y troyanos. “Parece más una patria que un museo”, dijo Ramón Gaya. A él mismo, Miguel Falomir, le parece “el gran regalo que se ha hecho a sí misma la nación española”.

ÁNGEL VIVAS

¿Sabemos lo que tenemos?

Sí, aunque para muchos españoles probablemente sea más un ideal que una realidad cotidiana. Es muy positivo que se piense de forma tan elevada del Prado, pero, a veces, el respeto impone cierta distancia que convendría eliminar.

Y eso que usted rechazó dos veces la propuesta de dirigirlo y dice que no dirigirá otro museo cuando acabe este periodo. ¿No le ha hecho cambiar de idea el tiempo que lleva de director?

Concibo la dirección como una etapa en mi trayectoria profesional, un paréntesis en mi labor como historiador del arte, y no como una opción de futuro.

¿Este “sin par museo” (d’Ors) es lo mejor que hizo Fernando VII? O ¿mejor recordamos y se lo agradecemos a su mujer, Isabel de Braganza?

La creación del Museo del Prado no fue una anomalía histórica. Proyectos similares estaban desarrollándose en paralelo en toda Europa y aun en España se documenta alguno previo, como el malogrado “museo josefino”. Dicho esto, parece que la reina Isabel mostró mayor sensibilidad hacia las artes que su marido.

Jorge Semprún contaba que, en sus años rojos, establecía en el Prado sus citas clandestinas porque no iba nadie y era un lugar seguro. Cómo han cambiado las cosas para bien.

Han cambiado muchas cosas (en su realidad física, su condición jurídica, etc.), y diría que la mayoría para bien. El Prado de los años cincuenta y sesenta del pasado siglo no solo era un lugar idóneo para la actividad clandestina, también para ligar, pues allí se concentraba la mayoría de turistas que acudían a Madrid. Sin duda, una de las cosas que más ha cambiado ha sido la afluencia de público, que se ha triplicado en los últimos 40 años, o las funciones que ha ido incorporando el museo, como la educativa.

Sabemos que lo expuesto es la punta del iceberg. ¿Nos perdemos mucho?

La comparación del Prado con un iceberg es acertada en términos cuantitativos, no cualitativos. Aun así, hay unas 300 pinturas de gran calidad que habitualmente no se exponen y que, confiamos, lo hagan una vez se inaugure el “Salón de Reinos”.

En mi remota juventud estaba de moda Arnold Hauser, que nos enseñaba aquello de que las sólidas figuras de Masaccio se correspondían con el momento de asentamiento de la burguesía, el lujo y el esplendor de Benozzo Gozzoli con la burguesía autosatisfecha y exhibicionista, y la lánguida belleza de Boticelli con la generación algo decadente que se desentiende de los negocios. ¿Nos debemos seguir creyendo estas cosas?

Una de las cosas más curiosas de nuestro país es que historiadores del arte declaradamente marxistas, como Hauser o Antal, no solo se publicaban sin problema durante el franquismo, sino que eran ampliamente leídos e incluso promocionados por catedráticos de ideología muy contraria (no ocurría lo mismo, sin embargo, con metodologías políticamente más neutras, como la iconología, prácticamente desconocida entonces). La historia del arte es una disciplina humanística, no una ciencia exacta, y no puede establecerse una verdad única y universal. A Hauser hay que leerlo en su contexto y sigue conservando cierto encanto.

¿Sabemos qué hora es en Las meninas? Santiago Amón decía saberlo.

La literatura sobre Las meninas es infinita y ha generado todo tipo de hipótesis. Una de las más sugestivas es la que subraya su condición de obra abierta y como tal susceptible de interpretaciones diversas. Santiago Amón era un sabio, pero prefiero que cada uno imagine el momento del día que prefiera. Es bueno que las pinturas espoleen la imaginación del espectador y que a este no se le den interpretaciones demasiado cerradas.

Últimamente se discute la utilidad de la evacuación de los cuadros durante la guerra civil. ¿Cómo lo ve?

Supongo que seguirá siendo objeto de debate por algún tiempo. Creo que la razón última de la evacuación fue simbólica. El Museo del Prado legitimaba al gobierno y, así como los tesoros acompañaban a las cortes en el medievo, así el Prado acompañó al gobierno de la República en su periplo.

¿Cómo hay que visitar el Prado? ¿Valen las clásicas tres horas?

Lo ideal sería poder visitarlo cuando a uno le apetezca y ver lo que uno quiera en ese momento, dejarse llevar por sus intuiciones y apetencias.

Aproveche para quejarse del escaso respaldo en el terreno económico de todas las administraciones.

Lo he hecho tantas veces que tengo complejo de Juan Bautista clamando en el desierto. Creo que tenemos uno de los mejores museos del mundo y que lo lógico sería dotarlo económicamente en consonancia. A partir de ahí, que cada cual haga lo que crea que deba hacer en conciencia.

Fotografías
Miguel Falomir

El Prado de los años cincuenta y sesenta del pasado siglo era un lugar idóneo para la actividad clandestina y para ligar

Así como los tesoros acompañaban a las cortes en el medievo, así el Prado acompañó al gobierno de la República en su periplo

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